Francisco Delgado
Doctor en Psicología
Hace unos días conocí a una alumna de los cursos de español para extranjeros, que lleva una corta temporada en nuestra ciudad. Es una mujer de nacionalidad rusa, que por su profesión y su amor a los viajes tiene un gran conocimiento de los cinco continentes, naciones y ciudades americanas, africanas, europeas, asiáticas. Estas dos características, su experiencia viajera y su madurez personal, le hacen ser objetiva en sus apreciaciones y a nosotros valorar sus juicios.
Pues bien, el otro día la conversación giró sobre qué le parecía Salamanca, la ciudad, su población sus costumbres….Nos llamó la atención no su entusiasta valoración de la rica arquitectura e historia de nuestra ciudad ( que en ese punto coincidimos todos), sino dos aspectos de la vida actual que describió con seguridad y detalle: el primero se refería al NIVEL DE RUIDO de esta pequeña ciudad; un ruido continuo excesivo que no se corresponde ni con sus dimensiones, ni con el carácter de ciudad turística y universitaria. Nos contaba que desde la mañana a la noche, desde las muy primeras horas de la mañana, hasta bien entrada la noche se escuchan RUIDOS DE TODA ÍNDOLE Y EN TODA LA CIUDAD; camiones y artilugios de limpieza en las calles, la lavadora del vecino que empieza sus convulsiones a las seis de la mañana, los niños que gritan camino del colegio como si estuvieran en peligro, motos con el tubo de escape rugiendo, portazos de entrar y salir como si se quisieran romper las puertas, conversaciones a gritos como si los habitantes tuvieran un enfado crónico…
El segundo punto que la alumna rusa nos describió fue una sensación muy clara de que la ciudad pasa por un nivel económico muy inferior (en el conjunto de la población) al que aparenta poseer. El ciudadano medio afina hasta el último euro si puede o no gastarlo, sea en necesidades importantes como si puede abrir o no un radiador, sea en temas superfluos sobre si se puede permitir tomar un vino o una tapa. La escasez está muy presente. Pero ¿cómo se oculta? A través, sobre todo, del coche. La ciudad está llena de ellos, la mayoría va en coche a todos los sitios, incluso a distancias cortas; es como si el salmantino medio hubiera llegado a la conclusión de que poseer o no coche es la frontera que separa la pobreza de la no pobreza.
Ese era el punto de vista de esta mujer extranjera, que a todos los que compartíamos la charla nos llamó mucho la atención, no porque fuera peculiar sino ¡porque coincidía con nuestra propia percepción de la ciudad, de un modo sorprendente!
La mirada sobre lo nuestro, nuestra ciudad, nuestra familia, nuestros logros, es siempre muy subjetiva; pero si se contrasta con otra, ajena a intereses y emociones, y ambas coinciden, entonces podemos decir que nos estamos a cercando a la objetividad.